El pasado verano, como todos los veranos, pasamos muchas tardes y algunas mañanas en el huerto de la abuela Primitiva. Su vecina, Argimira, tiene varios gatos que vienen a visitarnos y que, unidos a los gatos que tenía la abuela, rondaban mi jaula. Yo, como todos los demás miembros de la bandada, disfruto del aire limpio del campo a la sombra de las parras y de las higueras y también tomo un poco de sol.
Lo que me recuerda algunas notas tomadas en las VII Jornadas sobre cuidados y conservación de loros mascotas de Santa Olalla, en la ponencia de Pilar González sobre patologías de la alimentación. Se refieren esas anotaciones a la vital importancia del sol en la alimentación en relación con el calcio, fósforo y la vitamina D3 y la necesidad de los rayos ultravioletas para la correcta mineralización de los huesos, picos, uñas y plumas. Para los loros y demás aves en cautividad es muy importante tomar baños de sol. Media hora de sol directo, sin cristales de por medio, es suficiente y saludable. Una mala absorción del calcio por falta de sol puede derivar en problemas en las articulaciones y formación de cálculos renales.
Y, vaya, me he ido del tema. Pues como digo, los gatos, cuando no estaban comiendo, dormitando o jugando entre ellos, se dedicaban a rondar mi jaula. Decidí entonces aprender el idioma gatuno. Por dos razones: primera, porque el saber no ocupa lugar y, segunda, porque hablando a los gatos en su propio idioma espero confundirlos, que crean que soy un gato y que dejen de mirarme como si fuera su merienda.
Añado a mi vocabulario las palabras
miau y toma